Para evaluar el riesgo total de la generación de electricidad se debe incluir el
riesgo de cada una de las etapas involucradas en este proceso. Esto es porque
toda industria se debe hacer responsable de todos los aspectos de la producción
y de los residuos generados en cada una de las etapas de producción de la misma.
Es decir, no alcanza con observar cuál es el impacto ambiental y sobre la salud
de la población de una central eléctrica cuando está operando, sino que
se debe además contabilizar el impacto ambiental de la obtención y procesamiento
de las materias primas necesarias para construirla y operarla y también para
transportar la energía
eléctrica producida hasta los centros de consumo, el impacto del transporte
de dichos materiales, el impacto ambiental de las líneas de transmisión, etc.
Está claro que cuando se hacen comparaciones al respecto entre las distintas
alternativas tecnológicas debe tenerse en cuenta el impacto por MegaWatt hora (MWh)
generado o por MW
instalado.
Al utilizar los combustibles fósiles (carbón, gasoil, gas, etc.)
para producir energía eléctrica, se generan en el proceso de combustión compuestos de
azufre y nitrógeno, partículas (cenizas), metano, monóxido y dióxido de carbono,
cloro-fluor-carbonados (CFC), etc. Estas sustancias están en el "humo" liberado
al medio ambiente. Dichas sustancias en el aire causan efectos en la salud que,
según su concentración en el aire, pueden provocar mortalidad. Estos efectos van
desde afecciones pulmonares y cáncer, hasta efectos genéticos. En China, por
ejemplo, se ha verificado en poblaciones cercanas a minas de carbón una clara
tendencia a que se manifiesten defectos genéticos en la población.
El dióxido de carbono y el metano intervienen en el llamado "efecto
invernadero", que produciría un calentamiento de la atmósfera. Además de
importantes efectos en el clima que repercutirían en los cultivos, etc., se
produciría un paulatino derretimiento del hielo polar. Últimamente, se han
realizado importantes trabajos en la evaluación cuantitativa de estos efectos,
encontrándose una relativamente buena predisposición internacional a considerar
el problema, que actualmente no se incluye en las cifras de riesgo. El CFC y el
monóxido de carbono contribuyen a la destrucción de la capa de ozono, con
efectos perjudiciales como cáncer de piel, entre otros. Los óxidos de azufre y
nitrógeno provocan la denominada "lluvia ácida", que afecta a los bosques,
cultivos y vías respiratorias.
Otra de las etapas que implica un riesgo en la producción de
energía es la del transporte de combustible y está asociada al volumen que hay
que movilizar. En el caso del carbón, sólo el transporte implica el mismo riesgo
que la totalidad de las etapas involucradas en la producción nuclear de energía,
debido a que para generar una determinada cantidad de energía eléctrica se
necesitan muchísimos más camiones de carbón que de uranio. Otro dato interesante
es que una usina
eléctrica de carbón libera, debido a la combustión, más radiactividad (potasio
40, carbono 14, entre otros) al ambiente que una central nuclear de igual potencia, a la que si
se le aplicase la legislación nuclear no se le permitiría operar por esta sola
razón.
Los datos correspondientes a las represas hidroeléctricas incluyen, como en las
otras alternativas de generación, las fatalidades por la construcción y rotura
de las mismas. Estos datos no incluyen el riesgo de enfermedades inducidas por
los grandes espejos de agua incorporados al ecosistema, sobre todo en zonas
cálidas.
Resulta sorprendente, para la persona que no está interiorizada con
este tipo de evaluaciones, cómo las energías llamadas alternativas (solar, eólica), presentan una
cierta mortalidad intermedia entre la nuclear y las de combustible fósil. Este
efecto se debe principalmente a que todas estas energías son de baja densidad de
potencia, es decir que utilizan gran cantidad de materiales para generar poca
energía. Por ejemplo, se puede encontrar en bibliografía, que la mortalidad
generada por la sola manufactura del aluminio, hierro y vidrio necesario para
fabricar paneles solares, es la mitad que el riesgo total de todas las etapas de
la producción nuclear (incluyendo la disposición de los residuos) para producir la
misma energía. No es de sorprenderse entonces que la mortalidad de todas las
etapas de la producción de energía solar sea alta comparada con las alternativas
hidroeléctrica o nuclear. Esto significa que si se aumentara sustancialmente la
contribución de usinas solares al parque eléctrico de origen solar en desmedro de
las centrales hidroeléctricas o de las centrales nucleares, se estaría
aumentando el riesgo total a la sociedad. Similares consideraciones valen para
la energía eólica.
El bajo impacto de la energía nuclear se debe a que ha desarrollado en
conjunto con la tecnología de generación eléctrica segura (en el caso de los
países occidentales), la tecnología de disposición de sus residuos. Estos se
clasifican según su tipo, forma y tiempos propios, y se analiza la interacción
de los mismos con el medio ambiente y el ser humano, hecho que actualmente no se
observa en ninguna otra industria. Es válido aclarar que la energía nuclear no
produce emanaciones de gases tóxicos, ni humos que produzcan el efecto
invernadero y lluvia ácida. Por ahora los residuos más peligrosos para la
sociedad y el medio ambiente son conservados en piletas ubicadas junto a los
reactores, bajo constante vigilancia, de manera de poder garantizar que no
causen efecto alguno al medio ambiente ni a la salud. Actualmente, uno de los
grandes desafíos tecnológicos es decidir cuál será la alternativa más adecuada
para disponer de ellos en forma definitiva.
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