lunes, 21 de octubre de 2013

Efectos de la produccion de electricidad en el medio ambiente

Para evaluar el riesgo total de la generación de electricidad se debe incluir el riesgo de cada una de las etapas involucradas en este proceso. Esto es porque toda industria se debe hacer responsable de todos los aspectos de la producción y de los residuos generados en cada una de las etapas de producción de la misma. Es decir, no alcanza con observar cuál es el impacto ambiental y sobre la salud de la población de una central eléctrica cuando está operando, sino que se debe además contabilizar el impacto ambiental de la obtención y procesamiento de las materias primas necesarias para construirla y operarla y también para transportar la energía eléctrica producida hasta los centros de consumo, el impacto del transporte de dichos materiales, el impacto ambiental de las líneas de transmisión, etc. Está claro que cuando se hacen comparaciones al respecto entre las distintas alternativas tecnológicas debe tenerse en cuenta el impacto por MegaWatt hora (MWh) generado o por MW instalado.
Al utilizar los combustibles fósiles (carbón, gasoil, gas, etc.) para producir energía eléctrica, se generan en el proceso de combustión compuestos de azufre y nitrógeno, partículas (cenizas), metano, monóxido y dióxido de carbono, cloro-fluor-carbonados (CFC), etc. Estas sustancias están en el "humo" liberado al medio ambiente. Dichas sustancias en el aire causan efectos en la salud que, según su concentración en el aire, pueden provocar mortalidad. Estos efectos van desde afecciones pulmonares y cáncer, hasta efectos genéticos. En China, por ejemplo, se ha verificado en poblaciones cercanas a minas de carbón una clara tendencia a que se manifiesten defectos genéticos en la población.

El dióxido de carbono y el metano intervienen en el llamado "efecto invernadero", que produciría un calentamiento de la atmósfera. Además de importantes efectos en el clima que repercutirían en los cultivos, etc., se produciría un paulatino derretimiento del hielo polar. Últimamente, se han realizado importantes trabajos en la evaluación cuantitativa de estos efectos, encontrándose una relativamente buena predisposición internacional a considerar el problema, que actualmente no se incluye en las cifras de riesgo. El CFC y el monóxido de carbono contribuyen a la destrucción de la capa de ozono, con efectos perjudiciales como cáncer de piel, entre otros. Los óxidos de azufre y nitrógeno provocan la denominada "lluvia ácida", que afecta a los bosques, cultivos y vías respiratorias.

Otra de las etapas que implica un riesgo en la producción de energía es la del transporte de combustible y está asociada al volumen que hay que movilizar. En el caso del carbón, sólo el transporte implica el mismo riesgo que la totalidad de las etapas involucradas en la producción nuclear de energía, debido a que para generar una determinada cantidad de energía eléctrica se necesitan muchísimos más camiones de carbón que de uranio. Otro dato interesante es que una usina eléctrica de carbón libera, debido a la combustión, más radiactividad (potasio 40, carbono 14, entre otros) al ambiente que una central nuclear de igual potencia, a la que si se le aplicase la legislación nuclear no se le permitiría operar por esta sola razón.

Los datos correspondientes a las represas hidroeléctricas incluyen, como en las otras alternativas de generación, las fatalidades por la construcción y rotura de las mismas. Estos datos no incluyen el riesgo de enfermedades inducidas por los grandes espejos de agua incorporados al ecosistema, sobre todo en zonas cálidas.

Resulta sorprendente, para la persona que no está interiorizada con este tipo de evaluaciones, cómo las energías llamadas alternativas (solar, eólica), presentan una cierta mortalidad intermedia entre la nuclear y las de combustible fósil. Este efecto se debe principalmente a que todas estas energías son de baja densidad de potencia, es decir que utilizan gran cantidad de materiales para generar poca energía. Por ejemplo, se puede encontrar en bibliografía, que la mortalidad generada por la sola manufactura del aluminio, hierro y vidrio necesario para fabricar paneles solares, es la mitad que el riesgo total de todas las etapas de la producción nuclear (incluyendo la disposición de los residuos) para producir la misma energía. No es de sorprenderse entonces que la mortalidad de todas las etapas de la producción de energía solar sea alta comparada con las alternativas hidroeléctrica o nuclear. Esto significa que si se aumentara sustancialmente la contribución de usinas solares al parque eléctrico de origen solar en desmedro de las centrales hidroeléctricas o de las centrales nucleares, se estaría aumentando el riesgo total a la sociedad. Similares consideraciones valen para la energía eólica.

El bajo impacto de la energía nuclear se debe a que ha desarrollado en conjunto con la tecnología de generación eléctrica segura (en el caso de los países occidentales), la tecnología de disposición de sus residuos. Estos se clasifican según su tipo, forma y tiempos propios, y se analiza la interacción de los mismos con el medio ambiente y el ser humano, hecho que actualmente no se observa en ninguna otra industria. Es válido aclarar que la energía nuclear no produce emanaciones de gases tóxicos, ni humos que produzcan el efecto invernadero y lluvia ácida. Por ahora los residuos más peligrosos para la sociedad y el medio ambiente son conservados en piletas ubicadas junto a los reactores, bajo constante vigilancia, de manera de poder garantizar que no causen efecto alguno al medio ambiente ni a la salud. Actualmente, uno de los grandes desafíos tecnológicos es decidir cuál será la alternativa más adecuada para disponer de ellos en forma definitiva.

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